(Exposición Dream Speakrs - Rodriguez Gallery, Poznan, Poland)
Casi Casi
Entre las muchas cosas que se amontonan en la mesa de trabajo de Dalila Gonçalves en Oporto, hay un libro de Gonçalo M. Tavares que amontona viajes, lecturas y anotaciones. Es amarillo canario y un diccionario sobre varios artistas. La editorial es otro mapa, Relógio d’água, esa que circula a modo de prueba en algunas de esas calabazas que invaden el estudio del barrio de Bonfim. Lo abro por la página 84 y leo la última frase: uma distorçâo emotiva. Habla de Elmgreen & Dragset aunque entre líneas sobrevuela el quehacer artístico de Dalila. Salto a la página 68, sobre Joseph Beuys, con esta frase al final: Mil conferencias nâo bastan para explicar una única pedra. Página 29 ahora, sobre Cildo Meireles, también esta frase en el cierre: Como uma moeda que tem um valor abaixo e acima da terra; pôe a poesía em circulaçâo.
El ingrediente fantástico que introduce Tavares en sus relatos aborda el presentimiento de muchas de las obras de Dalila Gonçalves casi como un aforismo: nunca la realidad se ha visto superada por la ficción. La presencia del narrador en el texto es la del viajero confiado al azar, sin rumbo, como la artista. Viajera que indaga con meticulosidad en los detalles que se han salvado del pasado y que le ayudan a reconstruir el puzle de unas cuantas vidas ajenas. Dalila resuelve entre las ideas que hicieron avanzar a cada una de esas vidas, todas ellas dotadas de no poca excentricidad, porque lo excéntrico tiene algo de fantástico y así, la narración, como la propia realidad, abre también las puertas a lo increíble.
De hecho, si hay un objeto narrativo, lleno de fantasía y excentricidad es la calabaza. Su árbol genealógico es extensísimo. Calabacera es la planta que da el fruto y también una mujer que lo vende. En masculino, por el contrario, es un ladrón que hurta con ganzúa y un árbol de Costa Rica de cuyo fruto se hacen las vasijas llamadas guacales o jícaras. Calabacino es una calabaza seca y hueca y también una persona ignorante. Dar calabazas es reprobar a uno en exámenes y rechazar a una mujer que requiere de amores. Darse uno de calabazas es fatigarse en vano por averiguar algo. Calabazote son los cascos de calabaza en miel o arrope. Calabazazo es un golpe en la cabeza, calabazona una calabazona inverniza y calabazo un instrumento hecho del güiro largo ahuecado que se toca pasando una varilla sobre los canales hechos a los lados. En la música africana, la calabaza de agua es un instrumento de percusión que se toca con las manos. Encuentro la foto de unas manos en el libro de Gonçalo M. Tavares, página 45, acompañando un breve texto sobre Gabriel Orozco. También ahí resuena el texto: Os objectos desaprendem a sua propia forma como se está fosse apenas mais um elemento da memoria; esquecendo-se a forma, ela desaparece, dilui-se como um líquido metido dentro de un líquido mais poderoso: o mundo.
Las calabazas que presenta Dalila Gonçalves en Rodríguez Gallery también son objetos que desaprenden su forma para convertirse en otra cosa. Están muy cerca de sus últimos trabajos en los que trabaja con el sonido como materia, como memoria, como función. Algunas parecen trompetas. Otras, altavoces o antenas parabólicas. En el espacio, parecen hablar unas con otras, como las teteras en otra de sus exposiciones. Son calabazas de “garganta alta”, ese cuello fino y alto, tan
peculiar, que se antojan posibles errores de esas otras calabazas más convencionales. Unidas unas con otras, parecen frutos de un huerto extraño, donde las cosas llegan lentamente y siguen su curso natural. Pienso en otro libro amarillo, Yo trabajo como un hortelano, de Joan Miró, y en ese paisaje emocional donde ambos artistas parecen hacer visible lo que no se ve. Ese movimiento mental surrealista que andaban tras las constelaciones de Miró y ese placer de trabajar con la materia que comparte Dalila, esas calabazas unidas unas con otras que, a ratos, parecen un estetoscopio como el que se utiliza en medicina para escuchar los latidos del corazón o una caracola de mar que recoge el ambiente nocturno. Un aparato que amplifica el sonido y que te invita a observar, a tener un oído absoluto: esa capacidad, en la música, de identificar una nota sin recurrir a ninguna referencia externa. El que propone la artista es una promesa sonora que no se concreta, o que lo hace en nuestra imaginación. De ahí, el título, Dream Speakers. En esa idea de ensoñación, estas obras también son experimentos concebidos para dar respuesta a otra pregunta: ¿qué puede ser una escultura?
Por encima de todo, la idea de Dalila Gonçalves del arte como ejercicio experimental de la libertad. Eso significa aliarse a una estructura abierta, en movimiento incesante, cuyo compromiso consiste en ejercitar las múltiples posibilidades del tiempo. Objetos abiertos al error, al fallo, al cansancio de ese día, a la alegría, la tristeza, a una determinada energía. Un tiempo orgánico, cercano a la naturaleza. Trabajos que son un proceso de disección, de ir descubriendo objetos, materiales en todas sus capas hasta verlos por dentro. La artista habla de una forma de inmersión, investigación, de su plasticidad, a veces de su historia, a veces de su función, a veces de todo simultáneamente. Confiesa que le fascina descubrir todo lo que forma a los objetos y sus materiales, ensalzar eso que los distingue. “Es como si en ese proceso de cirujana quisiera hacer un túnel para cortar el camino serpenteante de una montaña para que en el trayecto de ese camino corto se pueda soñar con la montaña o, cuando existe ya un túnel, serpentear la montaña para entender por qué y en qué punto se ha hecho el túnel”, relata. Su voz no se oye pero se intuye, como en la exposición. Casi casi. Abro de nuevo el libro de Tavares al azar. Página 112, notas sobre Sophie Calle. De nuevo Dalila entre líneas: A vida é uma massa, digamos assim, inesperada.
(Exposición Dream Speakrs - Rodriguez Gallery, Poznan, Poland)
Casi Casi
Bea Espejo
Entre las muchas cosas que se amontonan en la mesa de trabajo de Dalila Gonçalves en Oporto, hay un libro de Gonçalo M. Tavares que amontona viajes, lecturas y anotaciones. Es amarillo canario y un diccionario sobre varios artistas. La editorial es otro mapa, Relógio d’água, esa que circula a modo de prueba en algunas de esas calabazas que invaden el estudio del barrio de Bonfim. Lo abro por la página 84 y leo la última frase: uma distorção emotiva. Habla de Elmgreen & Dragset aunque entre líneas sobrevuela el quehacer artístico de Dalila. Salto a la página 68, sobre Joseph Beuys, con esta frase al final: Mil conferencias não bastam para explicar una única pedra. Página 29 ahora, sobre Cildo Meireles, también esta frase en el cierre: Como uma moeda que tem um valor abaixo e acima da terra; põe a poesia em circulação.
El ingrediente fantástico que introduce Tavares en sus relatos aborda el presentimiento de muchas de las obras de Dalila Gonçalves casi como un aforismo: nunca la realidad se ha visto superada por la ficción. La presencia del narrador en el texto es la del viajero confiado al azar, sin rumbo, como la artista. Viajera que indaga con meticulosidad en los detalles que se han salvado del pasado y que le ayudan a reconstruir el puzle de unas cuantas vidas ajenas. Dalila resuelve entre las ideas que hicieron avanzar a cada una de esas vidas, todas ellas dotadas de no poca excentricidad, porque lo excéntrico tiene algo de fantástico y así, la narración, como la propia realidad, abre también las puertas a lo increíble.
De hecho, si hay un objeto narrativo, lleno de fantasía y excentricidad es la calabaza. Su árbol genealógico es extensísimo. Calabacera es la planta que da el fruto y también una mujer que lo vende. En masculino, por el contrario, es un ladrón que hurta con ganzúa y un árbol de Costa Rica de cuyo fruto se hacen las vasijas llamadas guacales o jícaras. Calabacino es una calabaza seca y hueca y también una persona ignorante. Dar calabazas es reprobar a uno en exámenes y rechazar a una mujer al que la requiere de amores. Darse uno de calabazas es fatigarse en vano por averiguar algo. Calabazote son los cascos de calabaza en miel o arrope. Calabazazo es un golpe en la cabeza, calabazona una calabazona inverniza y calabazo un instrumento hecho del güiro largo ahuecado que se toca pasando una varilla sobre los canales hechos a los lados. En la música africana, la calabaza de agua es un instrumento de percusión que se toca con las manos. Encuentro la foto de unas manos en el libro de Gonçalo M. Tavares, página 45, acompañando un breve texto sobre Gabriel Orozco. También ahí resuena el texto: Os objectos desaprendem a sua própria forma como se esta fosse apenas mais um elemento da memoria; esquecendo-se a forma, ela desaparece, dilui-se como um líquido metido dentro de um líquido mais poderoso: o mundo.
Las calabazas que presenta Dalila Gonçalves en la Galería Rodríguez también son objetos que desaprenden su forma para convertirse en otra cosa. Están muy cerca de sus últimos trabajos en los que trabaja con el sonido como materia, como memoria, como función. Algunas parecen trompetas. Otras, altavoces o antenas parabólicas. En el espacio, parecen hablar unas con otras, como las teteras en otras de sus exposiciones. Son calabazas de “garganta alta”, ese cuello fino y alto, tan
peculiar, que se antojan posibles errores de esas otras calabazas más convencionales. Unidas unas con otras, parecen frutos de un huerto extraño, donde las cosas llegan lentamente y siguen su curso natural. Pienso en otro libro amarillo, Yo trabajo como un hortelano, de Joan Miró, y en ese paisaje emocional donde ambos artistas parecen hacer visible lo que no se ve. Ese movimiento mental surrealista que andaban tras las constelaciones de Miró y ese placer de trabajar con la materia que comparte Dalila, esas calabazas unidas unas con otras que, a ratos, parecen un estetoscopio como el que se utiliza en medicina para escuchar los latidos del corazón o una caracola de mar que recoge el ambiente nocturno. Un aparato que amplifica el sonido y que te invita a observar, a tener un oído absoluto: esa capacidad, en la música, de identificar una nota sin recurrir a ninguna referencia externa. El que propone la artista es una promesa sonora que no se concreta, o que lo hace en nuestra imaginación. De ahí, el título, Dream Speaker. En esa idea de ensoñación, estas obras también son experimentos concebidos para dar respuesta a otra pregunta: ¿qué puede ser una escultura?
Por encima de todo, la idea de Dalila Gonçalves del arte como ejercicio experimental de la libertad. Eso significa aliarse a una estructura abierta, en movimiento incesante, cuyo compromiso consiste en ejercitar las múltiples posibilidades del tiempo. Objetos abiertos al error, al fallo, al cansancio de ese día, a la alegría, la tristeza, a una determinada energía. Un tiempo orgánico, cercano a la naturaleza. Trabajos que son un proceso de disección, de ir descubriendo objetos, materiales en todas sus capas hasta verlos por dentro. La artista habla de una forma de inmersión, investigación, de su plasticidad, a veces de su historia, a veces de su función, a veces de todo simultáneamente. Confiesa que le fascina descubrir todo lo que forma a los objetos y sus materiales, ensalzar eso que los distingue. “Es como si en ese proceso de cirujana quisiera hacer un túnel para cortar el camino serpenteante de una montaña para que en el trayecto de ese camino corto se pueda soñar con la montaña o, cuando existe ya un túnel, serpentear la montaña para entender por qué y en qué punto se ha hecho el túnel”, relata. Su voz no se oye pero se intuye, como en la exposición. Casi casi. Abro de nuevo el libro de Tavares al azar. Página 112, notas sobre Sophie Calle. De nuevo Dalila entre líneas: A vida é uma massa, digamos assim, inesperada.