Bulir
Una de las cosas más complejas en la labor de un comisario es escribir sobre una exposición que está por venir, que solamente existe como idea. La forma como se percibe una obra en la privacidad de un taller, o la traducción intersemiótica generada a partir de la descripción oral de una obra aún en proceso, es en demasiadas ocasiones inexacta. Daniel Buren define el taller como «un filtro que ejerce una doble selección, aquella que hace primero el artista, fuera de la mirada externa, y la que hacen los organizadores de exposiciones y los marchantes de arte para la mirada de los demás»[1]. Solo cuando dejan este espacio las obras pasan a existir, transitando «de un refugio a otro»[2].
En este camino entre «refugios» se exteriorizan las ideas que bullen en un artista, que suben desde su interior y que estallan al llegar a la superficie. Es justamente en este proceso que se desvela uno de los puntos más cautivadores de la práctica de Dalila Gonçalves, es decir, el carácter tan singular de pensar los polos materia/forma y materia/espíritu. Como indica Georges Didi-Huberman[3], estos elementos son fundamentales en la definición estilística e iconográfica de una obra. Tal vez por eso, y a la luz de la práctica polifacética de Gonçalves, se vuelve difícil, sino imposible, una categorización de sus obras.
Siempre he sido de la opinión de que Dalila Gonçalves es una artista que se siente cómoda en la multiplicidad de significados, en las dualidades, en esos lugares que imposibilitan posiciones cerradas. Es justamente esto que encontramos en Bulir que, empezando por su título, nos ubica semánticamente entre un movimiento suave, la realización rápida de algo y la agitación de ideas en la imaginación o el pensamiento. Puede que este no sea el título más poético de sus exposiciones, pero es seguramente el más personal. Tal elección nos exige pensar no sólo en las obras que habitan la Fundación RAC sino también en su práctica artística, en la que el tiempo, las pausas, los ritmos y las esperas son fundamentales para entender un proceso muy íntimo, más allá de un espacio expositivo y de todo lo que en él se concreta.
En esta exposición Dalila Gonçalves nos demuestra cómo hacer al visitante bulir en balde[4], aguardando el momento en el que cada obra irrumpe en el espacio y lo ocupa, sea a través del agua que hierve lentamente, del sonido apagado en un toque sutil, o de la memoria sonora de los objetos. Corrientes de aire es una de las obras que ocupa momentáneamente el espacio, en una suerte de diálogo surrealista entre dos pájaros inertes. Valiéndose de las teteras de cobre, objetos tan reconocibles de la cultura popular portuguesa, Dalila logra controlar el aire, el calor y la presión, transformando su inmaterialidad en algo audible que inunda el espacio. Este dominio de lo inmaterial se vislumbra una vez más en el registro videográfico del sutil movimiento de las hojas que recubren una edificación despojada de identidad.
Algunas de las obras de Gonçalves me hacen creer en el espíritu de las cosas usadas, en «el alma de esas cosas que sirvieron algún día para algo y que nunca podremos utilizar sin sentirnos incómodos»[5]. La desagradable pérdida de la relación presión/sonido resuena cuando nos acercamos a Sonata. La mirada nos lleva al silencio de las figuras, a esas notas que no se ejecutan, pero que se representan en silencios con su mismo valor o duración.
Bulir nos guía por caminos que nos hacen ver cómo es posible extraer poesía de la materia a partir de acciones sencillas. Los objetos elegidos por Dalila, una coleccionista obsesiva de cosas insignificantes, abandonan su lugar natural, muchas veces invisible considerando sus usos, en búsqueda de una nueva identidad que se revela al espectador.
Esta exposición exige autonomía reflexiva al espectador, que abarque todo alrededor y cree silencios. Las palabras no son necesarias, sino meros accesorios. Lo que necesitamos es ver, estar completamente presentes.
[1] BUREN, Daniel. The Function of the Studio. Cambridge: MIT Press, 1979
[2] Ibidem.
[3] No seu texto "The order of Material: Plasticities, malaises, survivals", incluído en Materiality, Whitechapel: Documents of Contemporary Art, 2015.
[4] “bulir en balde” es una expresión gallega que significa “perder el tiempo”.
[5] BRADBURY, Ray. Crónicas marcianas. Barcelona: Minotauro, 2020
Bulir
Una de las cosas más complejas en la labor de un comisario es escribir sobre una exposición que está por venir, que solamente existe como idea. La forma como se percibe una obra en la privacidad de un taller, o la traducción intersemiótica generada a partir de la descripción oral de una obra aún en proceso, es en demasiadas ocasiones inexacta. Daniel Buren define el taller como «un filtro que ejerce una doble selección, aquella que hace primero el artista, fuera de la mirada externa, y la que hacen los organizadores de exposiciones y los marchantes de arte para la mirada de los demás»[1]. Solo cuando dejan este espacio las obras pasan a existir, transitando «de un refugio a otro»[2].
En este camino entre «refugios» se exteriorizan las ideas que bullen en un artista, que suben desde su interior y que estallan al llegar a la superficie. Es justamente en este proceso que se desvela uno de los puntos más cautivadores de la práctica de Dalila Gonçalves, es decir, el carácter tan singular de pensar los polos materia/forma y materia/espíritu. Como indica Georges Didi-Huberman[3], estos elementos son fundamentales en la definición estilística e iconográfica de una obra. Tal vez por eso, y a la luz de la práctica polifacética de Gonçalves, se vuelve difícil, sino imposible, una categorización de sus obras.
Siempre he sido de la opinión de que Dalila Gonçalves es una artista que se siente cómoda en la multiplicidad de significados, en las dualidades, en esos lugares que imposibilitan posiciones cerradas. Es justamente esto que encontramos en Bulir que, empezando por su título, nos ubica semánticamente entre un movimiento suave, la realización rápida de algo y la agitación de ideas en la imaginación o el pensamiento. Puede que este no sea el título más poético de sus exposiciones, pero es seguramente el más personal. Tal elección nos exige pensar no sólo en las obras que habitan la Fundación RAC sino también en su práctica artística, en la que el tiempo, las pausas, los ritmos y las esperas son fundamentales para entender un proceso muy íntimo, más allá de un espacio expositivo y de todo lo que en él se concreta.
En esta exposición Dalila Gonçalves nos demuestra cómo hacer al visitante bulir en balde[4], aguardando el momento en el que cada obra irrumpe en el espacio y lo ocupa, sea a través del agua que hierve lentamente, del sonido apagado en un toque sutil, o de la memoria sonora de los objetos. Corrientes de aire es una de las obras que ocupa momentáneamente el espacio, en una suerte de diálogo surrealista entre dos pájaros inertes. Valiéndose de las teteras de cobre, objetos tan reconocibles de la cultura popular portuguesa, Dalila logra controlar el aire, el calor y la presión, transformando su inmaterialidad en algo audible que inunda el espacio. Este dominio de lo inmaterial se vislumbra una vez más en el registro videográfico del sutil movimiento de las hojas que recubren una edificación despojada de identidad.
Algunas de las obras de Gonçalves me hacen creer en el espíritu de las cosas usadas, en «el alma de esas cosas que sirvieron algún día para algo y que nunca podremos utilizar sin sentirnos incómodos»[5]. La desagradable pérdida de la relación presión/sonido resuena cuando nos acercamos a Sonata. La mirada nos lleva al silencio de las figuras, a esas notas que no se ejecutan, pero que se representan en silencios con su mismo valor o duración.
Bulir nos guía por caminos que nos hacen ver cómo es posible extraer poesía de la materia a partir de acciones sencillas. Los objetos elegidos por Dalila, una coleccionista obsesiva de cosas insignificantes, abandonan su lugar natural, muchas veces invisible considerando sus usos, en búsqueda de una nueva identidad que se revela al espectador.
Esta exposición exige autonomía reflexiva al espectador, que abarque todo alrededor y cree silencios. Las palabras no son necesarias, sino meros accesorios. Lo que necesitamos es ver, estar completamente presentes.
[1] BUREN, Daniel. The Function of the Studio. Cambridge: MIT Press, 1979
[2] Ibidem.
[3] No seu texto "The order of Material: Plasticities, malaises, survivals", incluído en Materiality, Whitechapel: Documents of Contemporary Art, 2015.
[4] “bulir en balde” es una expresión gallega que significa “perder el tiempo”.
[5] BRADBURY, Ray. Crónicas marcianas. Barcelona: Minotauro, 2020