„No ouvido há labirintos e cristais‟ (En el oído hay laberintos y cristales) es la segunda exposición individual de Dalila Gonçalves (Castelo de Paiva, Portugal, 1982) en la galería Rafael Ortiz. En esta muestra, se circundan las relaciones perceptivas entre las diferentes obras o dispositivos que la componen (predomina una fuerte presencia instalativa), siendo el espectador, inevitable y necesariamente, el vínculo principal entre estas. Desde el inicio del pensamiento humano, numerosas corrientes filosóficas han atribuido a los sentidos una naturaleza falaz, engañosa. El dualismo ontológico de Platón, la persistente duda metódica de Descartes o el idealismo subjetivo de Berkeley, son algunos de los abundantes ejemplos en los que se rechaza la realidad como lo percibido a través de los sentidos. Otro ejemplo podría ser la estética trascendental kantiana, no obstante, con Kant se produce una reestructuración en estos planteamientos. En la fenomenología kantiana, lo relevante no es la veracidad de lo percibido, sino la experiencia subjetiva que reside en los propios actos perceptuales. Estas reflexiones ontológicas ayudan a comprender los trabajos de Gonçalves, ya que la artista juega con la forma en la que se revelan sus piezas, con una apariencia evocadora que se enfrenta al origen del que emergen: materiales que acumulan experiencia, materiales impregnados de su memoria. El recuerdo matérico metamorfoseado en un nuevo aspecto estético; el objeto transmutado en obra de arte. Una especie de objet trouvé donde se evidencia la experiencia acumulada en dicho objeto con el fin de generar una narrativa. Para reflejar esta reminiscencia, la artista refiere los elementos que pueden pasar desapercibidos en su estado habitual y los traslada al foco de atención del espectador. El objeto sigue acumulando experiencia en tanto que se le otorga, mediante una nueva e impetuosa apariencia, la capacidad de ser percibido desde un nuevo prisma. Asimismo, en „No ouvido há labirintos e cristais‟, Dalila Gonçalves hace las veces de una malin genié cartesiana, suscitando una tensión poética a través del desconcierto entre lo aparente y lo evidente, entre lo que se ve y lo que se oye. Es decir, el ojo puede mirar algo que espera que emita un sonido, pero que el oído no escuche nada. Las expectativas sensoriales del sujeto se ven frustradas y obligadas a generar, sobre esta tensión, nuevos vínculos. Como si de un laberinto o una telaraña se tratase, las diferentes piezas de la exposición quedan vinculadas entre sí y subyugadas a dicha tensión, a dicha poética.
Un cono de tablas de madera se alza como un gran gramófono, proyectando hacia su interior un halo de luz que descubre los nudos caídos (anhelos de ramas que nunca llegarían a serlo). A pesar de su apariencia, no emite sonido alguno. En la misma sala, un “Atrapa Sonido” pende desde el techo, haciendo rozar una bola de cristal sobre un recipiente de cobre cubierto de agua. Del mismo modo, un presagio de sonido sobrevuela la articulación de la obra, sin llegar a consumarse (al menos en este lugar). Para dilucidar el origen del sonido habría que subir a otro espacio (como si del mito de la caverna de Platón se tratase), donde se encuentra la videocreación „Concierto‟. El sonido de la rotación de unas lijas usadas es acompañado por la improvisación de un contrabajo. Una euritmia no sólo musical, sino estética, ya que se da una armonía formal y material entre los elementos que interactúan en ella. En el último espacio, entre otros elementos, aparecen unas piezas cerámicas que recuerdan a formas pétreas, mas se aprecia su vacío. A pesar de la robustez que se percibe por sus formas, muestran una fragilidad quebradiza a través de la luz que llega a penetrar en su interior, mostrando una oquedad donde, acaso, se aloje el sonido. O el silencio.
De esta forma, Dalila Gonçalves da forma a „No ouvido há labirintos e cristais‟, alterando las relaciones perceptivas y propiciando nuevas experiencias, tanto matéricas como relacionales. De la experiencia acumulada del objeto (que es alzado a la condición de obra de arte), al vínculo
que se genera a través de la experiencia perceptual del espectador entre las propias obras de la exposición. Un engranaje empírico, autárquico y poético con el que Dalila Gonçalves invita al espectador a ser sujeto, a generar sus propios vínculos dentro de la exposición y a concederle a sus piezas futuros recuerdos, futuras memorias.
Guillermo Amaya Brenes
„No ouvido há labirintos e cristais‟ (En el oído hay laberintos y cristales) es la segunda exposición individual de Dalila Gonçalves (Castelo de Paiva, Portugal, 1982) en la galería Rafael Ortiz. En esta muestra, se circundan las relaciones perceptivas entre las diferentes obras o dispositivos que la componen (predomina una fuerte presencia instalativa), siendo el espectador, inevitable y necesariamente, el vínculo principal entre estas. Desde el inicio del pensamiento humano, numerosas corrientes filosóficas han atribuido a los sentidos una naturaleza falaz, engañosa. El dualismo ontológico de Platón, la persistente duda metódica de Descartes o el idealismo subjetivo de Berkeley, son algunos de los abundantes ejemplos en los que se rechaza la realidad como lo percibido a través de los sentidos. Otro ejemplo podría ser la estética trascendental kantiana, no obstante, con Kant se produce una reestructuración en estos planteamientos. En la fenomenología kantiana, lo relevante no es la veracidad de lo percibido, sino la experiencia subjetiva que reside en los propios actos perceptuales. Estas reflexiones ontológicas ayudan a comprender los trabajos de Gonçalves, ya que la artista juega con la forma en la que se revelan sus piezas, con una apariencia evocadora que se enfrenta al origen del que emergen: materiales que acumulan experiencia, materiales impregnados de su memoria. El recuerdo matérico metamorfoseado en un nuevo aspecto estético; el objeto transmutado en obra de arte. Una especie de objet trouvé donde se evidencia la experiencia acumulada en dicho objeto con el fin de generar una narrativa. Para reflejar esta reminiscencia, la artista refiere los elementos que pueden pasar desapercibidos en su estado habitual y los traslada al foco de atención del espectador. El objeto sigue acumulando experiencia en tanto que se le otorga, mediante una nueva e impetuosa apariencia, la capacidad de ser percibido desde un nuevo prisma. Asimismo, en „No ouvido há labirintos e cristais‟, Dalila Gonçalves hace las veces de una malin genié cartesiana, suscitando una tensión poética a través del desconcierto entre lo aparente y lo evidente, entre lo que se ve y lo que se oye. Es decir, el ojo puede mirar algo que espera que emita un sonido, pero que el oído no escuche nada. Las expectativas sensoriales del sujeto se ven frustradas y obligadas a generar, sobre esta tensión, nuevos vínculos. Como si de un laberinto o una telaraña se tratase, las diferentes piezas de la exposición quedan vinculadas entre sí y subyugadas a dicha tensión, a dicha poética.
Un cono de tablas de madera se alza como un gran gramófono, proyectando hacia su interior un halo de luz que descubre los nudos caídos (anhelos de ramas que nunca llegarían a serlo). A pesar de su apariencia, no emite sonido alguno. En la misma sala, un “Atrapa Sonido” pende desde el techo, haciendo rozar una bola de cristal sobre un recipiente de cobre cubierto de agua. Del mismo modo, un presagio de sonido sobrevuela la articulación de la obra, sin llegar a consumarse (al menos en este lugar). Para dilucidar el origen del sonido habría que subir a otro espacio (como si del mito de la caverna de Platón se tratase), donde se encuentra la videocreación „Concierto‟. El sonido de la rotación de unas lijas usadas es acompañado por la improvisación de un contrabajo. Una euritmia no sólo musical, sino estética, ya que se da una armonía formal y material entre los elementos que interactúan en ella. En el último espacio, entre otros elementos, aparecen unas piezas cerámicas que recuerdan a formas pétreas, mas se aprecia su vacío. A pesar de la robustez que se percibe por sus formas, muestran una fragilidad quebradiza a través de la luz que llega a penetrar en su interior, mostrando una oquedad donde, acaso, se aloje el sonido. O el silencio.
De esta forma, Dalila Gonçalves da forma a „No ouvido há labirintos e cristais‟, alterando las relaciones perceptivas y propiciando nuevas experiencias, tanto matéricas como relacionales. De la experiencia acumulada del objeto (que es alzado a la condición de obra de arte), al vínculo
que se genera a través de la experiencia perceptual del espectador entre las propias obras de la exposición. Un engranaje empírico, autárquico y poético con el que Dalila Gonçalves invita al espectador a ser sujeto, a generar sus propios vínculos dentro de la exposición y a concederle a sus piezas futuros recuerdos, futuras memorias.
Guillermo Amaya Brenes